sábado, outubro 06, 2012

4. São Bento. El conflicto inmediato entre diferentes disposiciones en un mismo ámbito repertorial: partidario versus apartidario en el movimiento social. La postura de Bobbio frente al marxismo institucional.

São Bento, once de la mañana, lugar y hora de la convocatoria. André llegó solo. Podía haber unas treinta personas “puntuales” con la revolución, mas esta puntualidad brasileña es aceptada socialmente. Sí, allí era el lugar ya que se leía en una tira grande de tela: “¡Democracia Real Ya!”, apoyada sobre la pequeña verja a la entrada del Monasterio de São Bento. Un tipo joven, flaco y con barba, altavoz en mano, comenzó a empujar a los adolescentes presentes, parecían alumnos y profesor, a cantar bajo la lluvia: -¡Vamos gente, queremos un futuro diferente!-. Una señora mendiga sentada al lado de André se contagió rápido: -¡Vamos gente, queremos un futuro diferente! -. Un fotógrafo cargado de cartucheras que se asemejaba a un corresponsal de guerra trató de inmortalizar a la viejecita hecha un ovillo, debajo de un paraguas roído, mientras golpeaba al suelo la lata con la que recogía sus limosnas. André continuó observando, estático, queriendo descubrir a los cabecillas tal vez, los organizadores de la acampada. Algunos mochileros entraron en acción, y el entorno se iba animando. Las máscaras popularizadas por los “anonymus” hicieron acto de presencia también. Un grupo de unos quince apareció por detrás de la iglesia haciendo cierto barullo con silbatos, entrando en la explanada sin esconder su identidad con una pancarta gigante. Representaban a un partido político de izquierdas. Poco después le tocó el turno a un grupo de sindicalistas. En una hora el movimiento se había triplicado. Codo con codo a la gran pancarta de los políticos, se situaron dos “anonymus” sosteniendo una tira larga que decía “APARTIDARIOS”. Si los del partido se movían, los apartidarios les acompañaban luciendo su identidad. En cuanto eso, el megáfono cambiaba de manos con fluidez, dejaba de intimidar a los aspirantes a revolucionarios, que se animaron a enfrentarse con él para lanzar a la plaza pública sus mensajes.

La tarjeta postal que se ha vendido desde Sol ha logrado en poco tiempo movilizar algunas conciencias para extenderse como un virus creando otras tarjetas postales similares alrededor del mundo. Una imagen de un pueblo unido, de un hombre universal. Precisamente uno de los jóvenes del partido, tras su breve discurso al megáfono, acabó con el puño en alto: “El pueblo unido, jamás será vencido”. Lo que obtuvo por respuesta fueron pocos aplausos y un nuevo cántico “El pueblo unido, gobierna sin partido”. Más que poderes individuales, son los societales los que han de verse las caras en un movimiento social de protesta abierto a priori para todo el mundo, aunque con unos principios iniciales ya marcados desde España: el del apartidarismo. Ya en São Bento, se dio el problema ineludible, que podía ser postergado pero no eliminado. Es más, el problema no hacía más que engordar veloz por segundo, medrar, ocupar toda la esfera pública; la posibilidad de que esas dos opiniones contrarias compartieran el mismo espacio era casi nula. Partidarios y apartidarios echaron las primeras chispas, sobre todo encendidas por los segundos, cuando se entrecruzaban; pequeñas discusiones se generaron en torno a la compatibilidad de ciertas agrupaciones dentro del movimiento. André las escuchó, se conformó con ser mero observador de momento. Algunos expusieron sus posiciones con énfasis, y las discusiones no duraban mucho, pero se olía que de esas primeras decisiones podía depender el devenir del movimiento, inestable y débil criatura que quiere y tiene fuerza para aparecer en el mundo. En una de esas discusiones, Bernardo, un estudiante de psicología que conocería más tarde a André, admitió su izquierdismo ante un representante, con camiseta incluida, del partido político de izquierdas no bien venido; el estudiante de psicología recriminaba al chico del partido político, un tal João Vitor, recurriendo a Bobbio.

Pensador influyente en estos movimientos es Norberto Bobbio, liberal, que se auto define como “un observador” y realmente tuvo el “privilegio” de conocer repertorios y disposiciones muy diversas durante el transcurso de su vida. En su ensayo “Las promesas incumplidas de la democracia”, sigue la línea de auto crítica que ya comenzara en 1957, ¿Qué democracia?, tras doce años de intento democrático en Italia; proseguiría en el 75, ¿Qué socialismo? Tras más treinta años de tentativa democrática. Casi medio siglo después, y con la misma constatación de todos sus escritos, se teme que la tradición democrática ha ido generando cierto bienestar al mismo tiempo que se ha ido alejando paulatinamente de sus propios principios democráticos, dejando la política en manos de la economía, de los mercados, haciendo idéntica la postura ideológica de los representantes del pueblo: los auténticos culpables de fosilizar no solo la política sino sus instrumentos vitales, como son los partidos y las instituciones. No se ha tenido una verdadera democracia en todo este tiempo, es la conclusión final de cada escrito de Bobbio. Por lo tanto, es legítimo el grito de: “¡No, no, no nos representan! “ Pero, ¿Hay otra manera, que no sea la representativa? Preguntó repetidamente Joao Victor. Bernardo, el estudiante de psicología, reconoció a su oponente dialéctico que el ser humano necesitaba reinventarse. Para ir al inicio de nuestra tradición, y rever esos principios primeros que nos han conformado de tal manera que nuestro tiempo parece no dejar opción a un organismo nuevo en el ámbito repertorial capitalista, Bobbio nos deja esta genealogía “La sociedad nació de una concepción individualista de la sociedad, según la cual toda sociedad es un producto artificial de la voluntad de los individuos”.

Por su parte, João Victor, el chico de la camiseta del partido de izquierdas, se declaró heredero de una teoría marxista renovada, con conciencia histórica de su realidad social. Reconoció que la doctrina democrática imaginó un Estado sin cuerpos intermedios. Pero los grupos, y no los individuos, son los protagonistas de la vida política más relevantes. El modelo ideal de democracia era una sociedad centrípeta, en vez de la centrífuga que tenemos, una sociedad poliárquica. Pero solo desde esos grupos institucionales ha sido posible la realización del socialismo democrático, aunque lejos de su vocación inicial, pareciéndose más al Sermón de la Montaña que a lo que refleja el Vaticano. La buena voluntad de emancipación, o bien contrasta y combate, o bien vuelve mediocre al espíritu. Pero si somos consecuencia de esa buena voluntad, la que ha otorgado en unas pocas décadas derechos sociales, no nos queda más remedio que intentar enderezar su rumbo, el de la democracia representativa, aun habiéndose distorsionado tanto desde entonces. A tal distorsión, contribuyeron desde sus detractores hasta sus idealizadores, y, en la actualidad, tiene al turbo-capitalismo cultural como su consecuente escollo. Ese rumbo siempre ha sido levemente enderezado desde las instituciones y es desde ellas desde donde se tiene que seguir luchando por arreglar nuestros desaguisados, defendía João Victor con vistas a justificar su presencia y la de los suyos en el movimiento. Dicho movimiento de protesta aparece como una utopía en tarjeta postal capaz de crear una teoría de la sensibilidad que sirva de forma universal para cambiar los paradigmas, pero estos deben de ayudarse de las instituciones ya creadas, empezar de la nada es imposible, soslayó el partidario.

Quizás, a esa reinvención no apuntan los movimientos de protestas actuales, caso de España, que pretenden más recuperar los derechos burgueses arrebatados por el capitalismo global, en vez de a abrir un abanico de posibilidades que dé lugar a una libre interrelación de las autonomías. A contrarrestar los repertorios impuestos por el capital, sensibilizando al pensamiento y al ser, a la vida en definitiva, habrían de ir dedicados los esfuerzos de algunos desacoplados, algunos indignados y algunos acampados…, o eso es lo que esperaba André, idealista que, desgraciadamente, idealiza su realidad.

Con vistas a darle visibilidad al movimiento, los manifestantes se echaron a andar, atravesaron calles céntricas, y llegaron hasta la Plaza Patriarcas. Allí, el diluvio había llegado antes que ellos. No era buena idea volver a São Bento, desprotegidos de la lluvia; al fin y al cabo en Patriarcas existía un techo, y la supervivencia del movimiento recién echado a andar ya estaba en peligro.

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