quarta-feira, janeiro 07, 2015

En el 1° aniversario del último suspiro de mi madre

Me obligo a cesar en mis pajas mentales para materializar algunas de las virtualidades existentes en la realidad, o acaso, ¿el pensamiento, invisible, no es realidad? Mi pensamiento sufre con ciertos recuerdos, pero la actualización de los mismos alivia el dolor y lo transforma en gozo. Así ocurre con el pensamiento que se anquilosa con una fecha, y siente la necesidad de trascenderla, en mi caso, el 1° aniversario del último suspiro de mi madre.
Qué no suene tétrico, irrespetuoso con la memoria de mi madre, este homenaje. Es un homenaje que sirve de bálsamo ante la imagen grabada en el corazón, y de regalo de reyes a mi familia; por tanto, no puede sonar pueril, ni mucho menos soez, este homenaje vivo y vivido con el que trato de agradecer a la vida y a sus tratos de favor. Solo se pretende agradecer, luego este texto habría de ser como un poema alegre que acepta el gozo de lo trágico. A las puertas del 1° aniversario del último suspiro de mi madre, casi que afirmo que este tuvo lugar de la mejor de las maneras posibles. Intento armonizar los acontecimientos y armonizarme con ellos. ¿Existe algún pecado en ello? Simplemente creo, que estamos demasiado mal acostumbrados a comprar la carne en el supermercado, empaquetada, y que el mundo Disney que aún se nos vende no permite que se dirija la mirada al suspiro de la vida. La mirada se congela, no se permite ni siquiera en el tiempo de las ciencias naturales, sucesión de instantes idénticos, menos aún en el suspiro del presente, instante en el que el tiempo transcurre hasta el último suspiro del tiempo experienciado. Aun siendo un instante idéntico de la sucesión natural, no obstante, el último suspiro se convierte en una imagen cargada de significación, profundiza en el ansia humana de infinitud y muestra nuestra disconformidad con lo finito. En su apertura pre-reflexiva al mundo, la percepción muestra en un instante idéntico lo que es la vida.
En los lentos movimientos en los que nos mueve nuestra conciencia está la medida justa para entender la vida: en el último suspiro del cuerpo de mi madre hay algo que soy capaz de cuantificar, un segundo quizá, un pulso, una vibración, una ecuación sencilla o unos datos manejables comunes que logran que la sociedad funcione en cierta manera. La escala esencial es la de un suspiro, una imagen suficientemente poderosa como para llegar a comprender el sentimiento trágico de la vida. En un segundo se explica la vida, pero solo si ese sentimiento trágico ya es gozoso.
Algunos (positivistas) o muchos (la vida cotidiana) han olvidado “que los temas que más nos importan no se pueden medir” . Un suspiro, un instante idéntico, en sí mismo, es mensurable, pero ¿interesa en sí mismo? Depende de la originalidad del suspiro: si este es el último de una madre, ¿tiene eso alguna importancia especial? Solo en la medida en que su imagen se afinque en la memoria, y permanezca en ella como recuerdo perenne: un recuerdo de la diferencia. La memoria contemplativa se aleja poco a poco del piloto automático que comanda la memoria motora en la percepción de los parecidos. El último suspiro de mi madre es el último de los instantes idénticos que marca el límite de la duración, y su contemplación lo trasciende hasta convertirlo en tiempo experienciado, marcado y marcante gracias a su propia mirada.
En el jardín suspenso, la marca del último suspiro de mi madre se actualiza en estas palabras, y la búsqueda de la paz se encuentra gracias a la memoria, ya dulce, del mismo. Cuando suelto este tocho sobre el banco, resoplo y echo la cabeza atrás, me encuentro con el cielo abierto: hoy está pintado con nubes multiformes, Dios se expresa en su forma de naturaleza artística tal cual, para regocijo de los humanos y demás seres de la naturaleza. También la ciudad a mi alrededor, la 23 de Mayo a mis pies, con el ronroneo continuo de los motores que atraviesan por una de las venas arteriales de SP, es obra de la naturaleza, y por tanto, obra de Dios. Y si suelto, de esta vez, el lápiz sobre este tocho, y busco una señal, ya se encargaran las hormigas, los zapateros o los pájaros de ponerme ante ella. Hay un momento de conexión, de comprensión, que termina siempre en agradecimiento. Quizás el encuentro de estos momentos giran en órbitas de paz interior, a pesar de que el humano se debruce en el intento de explicarse a sí mismo, el mundo, los otros, en definitiva, el-ser-en-el-mundo. Esta búsqueda del conocimiento se halla inmersa en la vorágine del cambio abrupto que el movimiento nos impone en nuestros días, y en el cual muchas cosas mudarán. La naturaleza humana ha evolucionado en demasiado poco tiempo, con cierto desfase: espiritualmente nos hemos enanizados, pero científica y tecnológicamente nos movemos demasiado rápido, si comparamos este progreso con el resto de la historia natural que parece evolucionar en escalas de millones de años.
Hay una fuerza espiritual, que se apresenta en su máxima belleza, en el jardín suspenso. Es capaz de convertir el 1° aniversario del día que mi madre agonizó, en algo emotivo, y hasta dulce, me atrevería a decir si realmente fuera apto para saborear esos momentos tan especiales que se quedan para siempre en el interior del alma; imágenes imborrables que ya no saldrán de nuestros cerebros, grabadas a fuego y hierro en la Memoria. Pero es la memoria de mi madre, justamente, la que me obliga a agradecer por la vida, por la Tierra, por los humanos y sus humanidades. Somos fruto de las sociedades de la naturaleza; lo que sea bueno o malo, justo o injusto, ha de pertenecer a cada una de las sociedades humanas de la naturaleza. El último suspiro de mi madre, rodeada de seres queridos, hizo comprender a los mismos la paz que trae el ejercicio del bien, del amor desinteresado, de una gran mujer occidental.
El pensamiento anda cargado de informaciones, que fluyen, van y viene. Intenta atrapar las ideas, sus relaciones, lo que se le pasa por la cabeza, pero el individuo desordenado, que se quema, sujeto fracturado y poco entero, no logra enlazar el discurso, a menos que sea en su forma de “va y viene”, sin sentido aparente. Así es porque el sentido se ubica en el “entre” del discurso, entre una y otra palabra, en las proposiciones desembarazadas de la lógica restrictiva. Que el último suspiro de mi madre sea el impulso de este discurso, se debe gracias al ék-stasis que produce su propia contemplación, pero ya en su fase que sintetiza en un suspiro las alegrías y superaciones de toda una existencia. Esta vida, al menos, ha luchado por la dignidad. Este impulso del discurso solo busca la paz. Por ello, esto no es más que un tributo al impulso que lleva a un humano cualquiera buscar la paz.
Con el pensamiento embargado por la conmemoración del 1° aniversario del último suspiro de mi madre, el dolor se transforma en paz (aun cuando la cuestión principal es: solo cuando ergo la cabeza y un pájaro, por ejemplo, rasga mi fondo perceptivo, en este caso, un amontonado de edificios juntados sin ton ni son al otro lado de la 23 de Mayo, despierto o me devuelvo al mundo de los sentidos, y la lógica del sentido ilumina la de la razón. El vuelo del pájaro, al que sigo como si me quisiera decir algo, no es buscado aposta. Es decir, si cuando se mira, ya se desea una señal divina, posiblemente esta nunca llegue. Se puede suplicar por ella, pero el sentido no la va a encontrar inmediatamente, sino que son las propias señales que están ahí, las que nos miran al mismo tiempo que nosotros las miramos. La mirada no debe congelar; todo lo contrario, la intención desapegada de señales divinas posiblemente alcance a sentir la divinidad en la percepción de la belleza de la vida, sin necesidad de dar ninguna explicación, o prueba fehaciente, sobre ella. La vida es bella, o al menos, el humano es capaz de contemplar la belleza de la creación, de la evolución creativa, desde las humanas hasta la de las orquídeas que compiten entre ellas para ser las más bellas, con el objetivo de atraer a los insectos.
Si no aprendo a comprender el último suspiro de mi madre desde la paz que da el sentirse parte del todo, y agradecer por la manera privilegiada en que la existencia humana alcanza dicha paz, la vida nunca se aproximaría a la belleza.
El ronroneo de la 23 de Mayo ahora se ha suavizado, es más gentil. Siempre armonizado, en sus diferentes combinaciones de vehículos, no importa que las motos ruidosas y las bocinas de las mismas parezcan perturbar la armonía de la autovía, pues no hacen más que integrarse en la misma sin esfuerzo, de forma natural, o al menos imitando las formas naturales. El accidente de tráfico se produce porque alguna de las leyes de tráfico no se ha cumplido. Si no es así, ya nos encargaremos de crear una ley para explicar el accidente con vistas a prevenir e impedir que tales causas no se vuelvan a repetir, o no produzcan el mismo efecto. Pero los accidentes de tráfico pueden ser de muchas maneras, y sobre todo, son demasiado personales como para quedarnos solo en la estadística. Sin menospreciar los avances que los estudios sobre el tráfico traen a los conductores, en la naturaleza las perturbaciones también actúan desde estructuras disipativas frente a organismos cerrados o en estado de equilibrio. A veces de forma violenta, sin avisar, muda en un soplo la faz de la tierra. Es el grado de violencia el que tratamos de aplacar con la carne empaquetada del supermercado en las sociedades liberales tardomodernas. La violencia, y por tanto, el dolor, se aplaca de diversas maneras: en lo personal, ante que los videojuegos, prefiero la paz que trae el lindo recuerdo de la sonrisa de mi madre.