sábado, novembro 22, 2014

Sobre Reyes Magos y supernovas ( del profesor de filosofía de la ciencia)

Daniel Peñas, el sempiterno profesor de Geografía e Historia del instituto de bachillerato Enrique Godínez, iba notando un ruído cada vez más fuerte según se aproximaba a la temible clase de 4.º D. «¿Qué estarán haciendo ahora estos cafres?», se preguntaba resignado. Para sorpresa suya, al entrar en el aula no halló como otras veces pendencieros cuerpos restregándose por el suelo en singular pelea, ni atarantados bailaores practicando el zapateado encima de los pupitres, ni osados artilleros arrojando andanadas de tizas hacia las trincheras del enemigo. Los treinta y tantos alumnos de la clase estaban casi todos sentados, no necesariamente en sus sitios, y el estruendo se debía nada más que a lo acalorado de su discusión.
—¡Buenos días, chicos! —saludó el profesor—. ¿Qué es eso tan ameno que os traéis entre lenguas?
No todos lo habían oído llegar, y algunos ni siquiera escucharon su voz al saludar.
—Hola, Daniel —respondieron los que estaban colocados mirando hacia la puerta del aula.
—Hola, profe.
—¡Hoooola a todos! —volvió a saludar Daniel, el Peñazo por mote notorio, subiendo varios puntos el volumen de su propio sonido.
—Buenos días, profe.
—¡Ah, hola! —saludaron por fin los demás.
—¿Cuál era el tema de la discusión? Hacía mucho tiempo que no os veía debatir tan civilizadamente y sin guardas jurados vigilando. Y con esa pasión...
—Hablábamos de los Reyes Magos —dijo Sandra, una de las niñas que habían actuado como pajes de Baltasar—. ¿Me vio en la cabalgata, profe?
—Por supuesto que te vi, y a Maite también. Estabais preciosas.
—Gracias, Daniel —dijo Maite, sentada en una de las primeras mesas.
—¿Y qué discutíais, a quién le han traído los mejores regalos?
El profesor sintió crecer en su estómago el temor a que la controversia que acababa de interrumpir se estuviera centrando en el tema caliente de la semana: la erótica aventura del vicealcalde y la concejal. En previsión de que los estudiantes se negaran a cambiar de tema, trazó en su mente en unas décimas de segundo un pequeño argumentario sobre la libertad individual, la responsabilidad política, la libertad de prensa, el derecho al honor y otros cuantos conceptos relacionados, con el que poder montar, si el auditorio ponía un poquitín de su parte, un bonito e instructivo debate. Mas, para su sorpresa, el objeto de la discusión no tenía nada que ver con aquello.
—¿Viste el Oráculo galáctico del otro día? —le preguntó un alumno.
—Me temo que no.
—Pues hablábamos de eso.
—De lo que se decía en el programa —aclaró Sonia, una de las que discutían en tono más vehemente.
—Ah. Y el tema eran los Reyes Magos, supongo.
—¡Premio!
—¿Y de verdad que el tema da para discutir tan acaloradamente?
—Claro, profe. Es que hay un montón de teorías.
—¿Teorías sobre los Reyes Magos, queréis decir?
—A ver.
—¿Y cuáles son esas teorías?
—¿Pero usted cree en los Reyes Magos? —preguntó Jorge, uno de los alumnos más intrépidos de la clase, recostándose en su silla hasta casi hacerla caer.
—¡A su edad...! —apostilló Carmela, que no le iba a la zaga a su compañero en cuanto a osadía.
—Pues claro. ¿Cómo no voy a creer en los Reyes Magos si los Reyes Magos somos los padres y yo soy padre? —Risas en toda la clase.
—¡Y Germán Campohermoso también es un rey mago! —gritó Usmán, un chaval nigeriano, de piel oscura como el carbón—. ¡Y es igualito de negro que yo! —Risas mucho más fuertes.
«¡Que no salga ese tema, que no salga ese tema...!», rogó Daniel para sus adentros, y tuvo suerte: enseguida volvieron al asunto que parecía excitarles más aquella mañana.
—Lo que queremos decir —aclaró Carmela— es si usted cree que los Reyes Magos existieron de verdad.
—Antes de responderos, me gustaría saber qué pensáis vosotros y qué se dijo en el Oráculo galáctico, ese programa infame que tanto os gusta ver.
Los alumnos empezaron a mirarse los unos a los otros. Ese era el momento más delicado de cualquier intento de debate, cuando, a pesar de que era obvio que todo el mundo tenía opiniones y contraopiniones, ninguno se atrevía a ser el primero en manifestarlas. Daniel Peñas sabía con qué alumnos podía conseguir, gracias a una levísima presión, que la discusión comenzara, o en este caso recomenzara, pero prefería que fueran los chavales quienes lo hicieran espontáneamente. Aquella vez tuvo suerte.
—Yo sí creo que existieron —dijo Luismi—. Lo dice la Biblia.
—A ver, ¿y quiénes más creéis que fueron seres de carne y hueso?
Casi toda la clase levantó la mano. Carmela, Usmán y Andrea fueron los únicos que, contando el período de dudas antes de alzar los brazos, quedaron al final en la facción de los escépticos.
—Entonces, si prácticamente todos estáis de acuerdo en que los Reyes Magos fueron reales, ¿de qué discutíais? ¿O es que ibais todos contra tres?
—No —aclaró Jorge—. Lo que discutíamos era lo de la estrella.
—¡Ah, la estrella!
—Y también discutíamos si eran reyes o no —agregó Pablo.
—¿Y algo más?
—Si eran tres —dijo Sandra.
—Y si eran astrólogos —añadió Sonia.
—Y si Jesús era un extraterrestre. —Risas de nuevo.
—Bueno, bueno, vamos por partes. Empecemos por el asunto de la estrella, que parece que era lo principal. ¿Qué pensáis vosotros que era?
—¡Un ovni! —gritó Isaac, el mismo que se había referido a la cuestión de si Jesús era un ser de otro planeta.
—¿Y por qué sería un ovni?
—Es que es lo único que puede ser. Los Reyes Magos fueron siguiendo a la estrella, y la estrella iba de acá para allá, y se paró encima de una casa, bueno, de un portal. Las estrellas de verdad están demasiado altas como para señalar un sitio.
—Muy buena explicación, sí señor.
—Pero podía ser un cometa —dijo Pablo—. Los cometas tienen cola y apuntan en una dirección.
—Pero dijeron en el Oráculo que la cola de los cometas siempre señala hacia el sol —se defendió Isaac, apuntando con su brazo hacia los ventanales—. Bueno, en realidad el cometa señala hacia el sol, y la cola está en dirección contraria, no sé si me explico. Si quiere lo dibujo, profe.
—Por supuesto.
Isaac salió a la pizarra y dibujó un gran círculo en cuyo interior escribió «sol». Luego añadió un pequeño punto a la derecha y varias líneas saliendo de él en dirección contraria al sol.
—La cola del cometa son partículas de hielo. El viento solar las despega del cometa. Y como el viento solar sale del sol, la cola del cometa siempre está en la otra dirección. Da igual hacia dónde se mueva el cometa. Además, los cometas van muy despacio, no se paran de golpe encima de una casa.
—Muy bien, Isaac.
El chico volvió a su mesa, enrojecido por los aplausos que le dedicaron sus compañeros.
—Así que un cometa es difícil que fuera. ¿Qué más posibilidades hay?
—Una supernova —dijo Abigaíl.
—¿Y eso qué es?
—Es una estrella que explota de repente —explicó Jorge.
—¿Es lo mismo que una nova?
Los alumnos se miraron unos a otros con cara de signo de interrogación.
—Yo creo que solo se distinguen en si brillan más o menos —sugirió Pablo.
—Creo que sí —dijo el profesor—. Bien, ¿y qué pasa con la supernova?
—Que tampoco puede ser —descartó nuevamente Isaac, agitando las manos—. Una supernova no es más que una estrella que antes no se veía y luego sí se ve, pero está siempre en el mismo sitio en el cielo, no se va moviendo, ni siquiera despacio, como los planetas o los cometas. Tampoco puede ir guiando a una caravana de camellos, ni se puede parar encima de una casa.
—Te lo tienes aprendido, ¿eh, Isaac?
—A ver si estudias igual todo lo demás.
—¡Qué gracioso!
—Venga, venga, chicos. Y si no era un cometa ni una supernova, ¿qué más podía ser?
—Una conjunción planetaria —dijo Maite.
—¿Y eso qué es exactamente?
—Pues que... —comenzó Isaac.
—Espera, deja que lo explique Maite.
—Pues consiste en que varios planetas se ponen juntos.
—¿Cómo que se ponen juntos?
—Sí. Es que los planetas no están quietos, como las estrellas.
—Pero yo las estrellas veo que no están quietas —indicó Daniel con cierta malicia—. En verano se ven unas y en invierno se ven otras. Y al anochecer se ven en un sitio, pero al amanecer están en otro lado.
—¡Ya, ya! —dijo Maite, extendiendo las manos abiertas delante de su cara—. A ver cómo lo explico. Las estrellas no se mueven, nos movemos nosotros. En cambio, los planetas se mueven de verdad.
—Pero eso no lo sabían en tiempos de Jesús.
—Lo que quiero decir es que las estrellas forman así como dibujos. Unas estrellas forman un león y aunque las veas en agosto o en enero, o a las doce de la noche o a las tres de la mañana, siguen haciendo el mismo dibujo.
—Solo que el dibujo estará en otro sitio —añadió Carmela.
—Exacto —dijo Maite—. Y esos dibujos son las constelaciones. Pero los planetas no, ellos se mueven. Unas veces están más cerca de una estrella, otras veces más lejos. Y cada cierto tiempo, dan una vuelta entera a las constelaciones.
—Ah, ya lo entiendo. ¿Y entonces qué decías que era una conjunción?
—Pues es cuando dos planetas, o tres, o los que sean, se juntan en el cielo. Como cada uno lleva una velocidad distinta, no se sabe cuándo se van a juntar.
—Sí que se sabe —dijo Isaac—. Es como los problemas que te ponen en Física: si un tren va a Sevilla a 500 kilómetros por hora...
—¡Hala, qué rápido! —exclamó Usmán con gesto de asombro.
—... y otro viene de Sevilla a 200 kilómetros por hora, ¿cuándo se cruzarán?
—Bueno, sí —reconoció Maite—. Claro que se puede saber cuándo van a juntarse los planetas. Los astrólogos saben a qué velocidad va cada uno, y con eso les vale. Por eso pueden hacer sus profecías. Lo que quería decir es que a veces se juntan en un sitio y otras en otro, y no tardan siempre lo mismo en volverse a juntar, y no es lo mismo que se junten dos o que se junten cuatro.
—Entonces, tal vez los Reyes Magos vieron una conjunción de planetas, o calcularon que iba a ocurrir, y dedujeron que eso señalaría el nacimiento de Jesús, ¿no?
—Exacto, profe, lo has pillado.
—Pero eso es una tontería —protestó Isaac—. Con los planetas pasa lo mismo que con los cometas y con las supernovas, que están allí arriba y tú los ves parados. Tienes que fijarte durante muchos días seguidos para verlos moverse. No van por el desierto guiando camellos, ni se quedan quietos encima de tu casa, pero no en la del vecino. Ni siquiera señalan un pueblo. Si tú te vas a Barcelona, ves las mismas estrellas y los mismos planetas que aquí, no puedes decir que este planeta está señalando a Madrid y no a Barcelona.
—¿Es eso verdad? ¿Qué pensáis los demás?
—¿Y por qué van a verse igual los planetas en Barcelona que en Madrid? —preguntó Abigaíl.
—¡¡¡Porque están la hostia de lejos!!!
—Cuidado con el lenguaje, Isaac.
—Es que es verdad. Estos no han mirado a las estrellas en su vida.
—Claro que hemos mirado —respondió Abigaíl con gesto de burla—. Y nos sabemos nuestro horóscopo.
—¡Pero no eres capaz de señalarme tu signo del zodiaco en el cielo! ¿A que no? Y tampoco eres capaz de decirme si un puntito en el cielo es una estrella o es un planeta.
—A ver, ¿cuántos sabríais distinguir un planeta de una estrella? —preguntó Daniel.
—¡Los planetas son redondos! —dijo Abigaíl.
—¡Puff! —exclamó Isaac, llevándose las manos a la cabeza—. Y las estrellas también, pero los dos están muy muy lejos, y desde aquí solo se ven como un puntito. Para ver los planetas redondos tienes que mirarlos con telescopio.
—¡Ah! Como yo los había visto en foto...
—¿Y cuántos sabríais identificar vuestra constelación en el firmamento?
Jorge levantó rápidamente la mano, pero la bajó en cuanto los demás le miraron.
—¡Es broma! —aclaró.
—Me lo temía: ninguno. En fin, una noche de estas, cuando ya no haga mucho frío, tendremos que organizar una sesión de astronomía. Quedamos, pues, en que una conjunción planetaria tampoco puede servir de faro para indicar una casa en particular, ¿no? Entonces, ¿qué posibilidades quedan?
—Pues que era un ovni.
—Sí, con extraterrestres conduciéndolo y todo. ¡No digas chorradas! —rio Jorge.
—Pues entonces, ¿qué? So listo.
—Pues podía ser un volcán, o un géiser, o un fuego de san Telmo, o un rebaño de luciérnagas.
—¡Anda ya! Pero eso no se ve desde Oriente; como mucho, lo ves a tres kilómetros. Y además, no hay volcanes en Israel.
—¿Qué es el fuego de san Telmo? —preguntó Pablo.
—Jorge...
—¡Yo qué sé! Son luces que se ven en un barco.
—Claro, un barco en medio de Belén.
—Bueno, deben ser un fenómeno eléctrico, como un rayo pequeño o algo así. Mira, eso también podían ser: rayos normales y corrientes.
La teoría de los rayos, contra la que no tenía ningún argumento demoledor a mano, pareció dejar callado a Isaac.
—Lo más probable en realidad es que fuera una conjunción de planetas —insistió Maite, cruzando los dos dedos índices extendidos—. La Biblia dice que los Reyes Magos habían visto una estrella y eso debe querer decir que eran astrólogos, y los astrólogos miran a los planetas. En aquellos tiempos, se pensaba que los planetas eran estrellas como las otras, solo que se movían. Así que cuando decían que habían visto una estrella, seguramente se referían a que habían visto algo en las estrellas que pensaban que anunciaba una cosa importante.
—¿Y los movimientos de la estrella de un lado para otro, señalando el camino y la casa?
—Eso es lo que explicaron el otro día en el Oráculo. El que escribió el Evangelio no entendía ni patata de astrología. A él le habían dicho que los Reyes Magos habían visto una estrella que les anunciaba que iba a nacer Jesús, y él se imaginó que la estrella se iba moviendo de un sitio para otro. Pero eso era porque no sabía cómo se mueven los planetas en realidad.
—¿Pero cómo va a escribir la Biblia uno tan ignorante? —preguntó Abigaíl, llevándose las manos a la cabeza.
—No lo va a saber todo.
—Pero Dios no escogería a uno así para escribir la Biblia. No le dejaría poner mentiras.
—¿Y si Dios no ha tenido nada que ver?
—¡¡¡Pero si es la Biblia!!! ¿Cómo no va a tener que ver?
—Bueno, chicos, vamos por partes; sigamos con el tema de la estrella. Luego discutiremos un poquito sobre quién escribió o dejó de escribir la Biblia. Maite, ¿qué más dijeron en el Oráculo?
—No me acuerdo bien de todo. Era muy complicado. Lo que sí recuerdo es que había una conjunción de Júpiter, Saturno y Mercurio justo delante de la salida del sol, y eso significaba el nacimiento de un rey. Y también era en una constelación que representaba al pueblo de Israel, o algo así.
—Y además —agregó Lucía— coincidía con el comienzo de la era de Piscis.
—¿Y eso qué quiere decir?
—Pues que las constelaciones no están quietas del todo, sino que van girando poco a poco con respecto al Sol, o que el Sol cada año se retrasa un poquito, y entonces la primavera empieza cuando el Sol está en una constelación distinta. La era de Piscis significa que la primavera empieza cuando el Sol entra en esa constelación. Pero el Sol tarda dos mil años en pasar de una constelación a otra, o sea, veinticuatro mil años en dar la vuelta completa a los doce signos del zodiaco. Piscis representa el cristianismo, porque los peces eran el símbolo de los cristianos.
—Así que los Reyes Magos eran astrólogos que adivinaron, estudiando las estrellas, que iba a nacer el rey de una nueva religión —sentenció Maite.
—¿Y no eran reyes?
—¡Claro que no!
—Pues si la Biblia dice que son reyes, serían reyes, ¿no? —protestó Abigaíl.
—Es que en realidad la Biblia dice que eran magos, pero no que fueran reyes —aclaró Daniel.
—¿Ah, sí? —se extrañó la chica.
—Eso también lo contaron en el Oráculo —dijo Isaac.
—Y tampoco dice que fueran tres. Dice que le hicieron tres regalos, pero podían ser catorce magos, vete tú a saber.
—Ni dice cómo se llamaban. Lo de que eran tres reyes y que se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar se inventó muchos siglos después —añadió Pablo.
—¡Pues vaya! —exclamó Abigaíl decepcionada.
—Y a lo mejor todos eran negros —sugirió Usmán, provocando fuertes carcajadas en toda la clase.
—¿Y tú qué piensas, profe?
—¿Qué pienso de qué?
—Pues de los Reyes, de la estrella, de todo.
—Yo estoy con Andrea, Carmela y Usmán.
—¡Bieeeen! —coreó la minoría.
—Me lo imaginaba —se lamentó Isaac—; el profe siempre haciendo de aguafiestas.
—Pero antes de explicar mis razones, me gustaría saber las de vosotros tres. A ver, Andrea, tú misma.
—Bah; porque la religión es una chorrada.
—¡Tú sí que no dices más que chorradas! —protestó Lucía.
—Todo eso no son más que historietas para tener engañada a la gente —continuó Andrea—. Igual que engañan a los niños pequeños diciéndoles que los que traen los regalos son los Reyes Magos, a los mayores también les toman el pelo con la historia de Jesús, de la estrella y de todas esas bobadas.
—¡No te consiento que digas que eso son bobadas! —siguió quejándose Lucía—. ¡Tú no tienes ni idea sobre la religión ni sobre nada!
—¡Pues anda que tú! —respondió la joven escéptica.
—¿Y tú, Carmela, qué opinas?
—Yo, lo mismo que Andrea.
—¿Y tú, Usmán?
El estudiante nigeriano se estiró en la silla y colocó sus manos detrás de la cabeza antes de responder.
—Como Jesús no es Dios, no tiene sentido que fuesen a adorarle como si fuera Dios. Es un cuento que se han inventado para hacer que Jesús parezca más importante de lo que es.
—¡Tú dices eso porque eres musulmán! —proclamó Lucía.
—Claro —asintió Usmán—. Y mi religión no dice tantas tonterías como la cristiana.
—¡Profe, no le deje que se meta con nosotros! —exigió la chica.
—Aquí estamos cada uno dando nuestra opinión; mientras no haya violencia ni insultos, no pasa nada.
—Pues le falta a usted explicar por qué no cree en los Reyes Magos —recordó Jorge.
—Está bien —concedió Daniel—. La principal razón es que los Magos aparecen solo en el Evangelio de Mateo. Ninguno de los otros tres evangelios (o sea, las biografías de Jesús) que contiene la Biblia, ni de los demás evangelios que se conocen y que no fueron incluidos en la Biblia, menciona a los Magos. Bueno, salvo uno, que yo sepa, el evangelio de Santiago.
—¿Es que hay más evangelios? —preguntó Abigaíl.
—Sí, unos cuantos más, que se sepa, y seguramente algunos otros de los que no nos ha llegado ninguna noticia.
—¿Y por qué no hay en la Biblia más que unos pocos? ¿Los otros cuentan lo mismo?
—Supongo que los líderes cristianos de los primeros siglos seleccionaron los que más les gustaban, los que eran más coherentes con lo que ellos creían sobre Jesús. De los demás evangelios conocidos algunos dicen cosas muy parecidas a los de la Biblia y otros dicen cosas muy diferentes. Pero lo más importante para nuestra discusión es que incluso los cuatro evangelios bíblicos, los de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, dicen algunas cosas bastante distintas entre sí.
—¿Cómo puede ser eso?
—Fijaos en la historia de la Navidad. Dos de los evangelios, el de Marcos, que es el más antiguo de los cuatro, y el de Juan, que es el más reciente, no dicen absolutamente nada sobre el nacimiento y la infancia de Cristo. Nada de nada. Sencillamente, no consideran que tenga la más mínima importancia. Pero la historia de los Magos, tal como la cuenta Mateo, es de lo más espectacular y, sobre todo, si hubiera sido verdad que el rey Herodes (que ese sí que era un rey, y está demostrado fuera de toda duda que existió) mandó matar a todos los niños pequeños nacidos en Belén cuando los Reyes Magos no cumplieron su trato y no volvieron para explicarle cómo encontrar a Jesús, si hubiera sido verdad todo eso, digo, ¿cómo va a olvidarse la gente de una cosa tan terrible, y cómo van a haber dejado, los otros tres evangelistas, de incluirlo en sus propias biografías de Jesús?
—Es verdad —comentó Pablo bajando y subiendo la cabeza—. El tío Herodes ese sí que era un asesino.
—Y de los grandes —siguió Daniel—. Pocos años antes de morir, ordenó matar a varios de sus propios hijos (que tenía muchos, pues también tenía varias mujeres), porque creía que estaban conspirando contra él, lo que por otro lado no era nada improbable. Pero la vida de Herodes el Grande está contada por otros historiadores, que no le describen precisamente como a una hermanita de la caridad, y en ningún sitio se cuenta que ordenara una matanza de bebés, lo cual, si hubiera sido verdad, les habría venido muy bien a esos historiadores para poner verde al pobre Herodes todavía un poco más.
—Pero eso no significa que no existieran los Reyes Magos, solo que lo de la matanza de los inocentes debe de ser una exageración.
—En todo caso, el hecho de que la visita de los Magos a Jesús, María y José no se mencione en ninguno de los otros evangelios es una razón muy poderosa para pensar que no sucedió. Sobre todo, el hecho de que no se mencione en el otro evangelio en el que sí se cuenta algo sobre el nacimiento de Jesús: el Evangelio de Lucas. Curiosamente, es en este otro evangelio donde se dice que José y María tuvieron que alojarse en un pesebre porque no encontraron posada...
—¡Claro, como era Navidad era temporada alta y estaba todo lleno! —bromeó Jorge.
—... Y también es ahí donde se cuenta que un ángel fue a avisar a los pastores de que había nacido el Salvador. Pero, en cambio, no se hace ni una sola mención a los Magos, ni a la estrella, ni a la matanza de niños inocentes, ni a la huida de María y José a Egipto para evitar esa matanza. Y lo más curioso: en el Evangelio de Mateo no se mencionan para nada los problemas de alojamiento de José y María en Belén, ni el nacimiento en un pesebre, ni los coros de ángeles anunciándolo, ni las oleadas de pastores adorando al niño. Es más, Mateo dice explícitamente que los reyes fueron a visitar a María y a José ¡a su casa en Belén!, no a una posada o a un establo. O sea, que los padres de Jesús vivían ya en Belén, no «fueron» a Belén. Y lo más divertido: los dos evangelios nos dan la genealogía de Jesús (curiosamente, a través de José, cuando por otro lado se supone que no era su padre verdadero), pero las dos listas de antepasados no es que sean diferentes, ¡es que no coinciden en ningún nombre, salvo en el de José!; ¡ni siquiera dan el mismo abuelo! Solo coinciden, obviamente, cuando se llega a los patriarcas (quiero decir Abraham, Noé, Adán, etcétera), porque esos nombres aparecen en el Antiguo Testamento y los han copiado de ahí, pero incluso en ese caso contienen discrepancias. Así que tenemos dos relatos sobre el nacimiento de Jesús, ¡y los dos relatos no se parecen en nada! Nada de lo que se cuenta en uno aparece en el otro. Salvo una cosa, curiosamente, y eso es lo que los hace más sospechosos.
—¿Qué cosa? —preguntó Abigaíl con gesto enojado.
—Que los dos dicen que Jesús nació en Belén, que es una ciudad de Judea, en el sur de Israel, aunque la mayor parte de su vida transcurrió en Nazaret, que era un pueblucho de Galilea, justo en el norte.
—¿Y por qué dices que eso es curioso?
—Porque en los evangelios se intenta demostrar que Jesús era el Mesías anunciado por los profetas judíos, y para ello procuran encajar cada uno de los hechos de la vida de Jesús con alguna de las supuestas predicciones del Antiguo Testamento sobre el Mesías. Y resulta que una de esas predicciones era que el Mesías iba a nacer en Belén, que era la ciudad natal del antiguo rey David.
—Pero Jesús no es el Mesías —declaró Usmán.
—¿Y tú qué sabes? —le increpó de nuevo Abigaíl.
—Si tú ni siquiera sabes lo que es un «mesías».
—¡Claro que lo sé, un mesías es un dios!
—Bueno, eso daría para otra discusión —continuó Daniel—. Pero, por resumir, cuando en la religión judía se hablaba de un «mesías» (que literalmente significa «ungido», o sea, «untado con aceite», y es lo mismo que significa en griego la palabra cristo), ellos pensaban más bien en una especie de general victorioso, que se enfrentaría en una batalla a las fuerzas mundiales del mal, al estilo de la batalla final de El señor de los anillos, y que instauraría un reino de paz y de justicia.
—¡O de justicia y bienestar! —sugirió Sandra, para regocijo de todos.
—En todo caso, los judíos pensaban en un guerrero, un caudillo militar. Pero los primeros cristianos se empeñaron en reinterpretar todas las alusiones que pudieron hallar al mesías en el Antiguo Testamento (incluso aquellas que no está claro sobre qué hablan) como si se refiriesen a Jesús. Eso dio lugar a varias consecuencias graciosas. Por ejemplo, en algún pasaje las Escrituras decían que el mesías nacería de una muchacha (¡claro, no va a nacer de un muchacho!), se entiende que quiere decir que su madre sería una mujer joven; pero en la traducción de la Biblia hebrea al griego, que era la versión que conocían los autores de los evangelios (que están escritos en griego, no en hebreo), la palabra hebrea muchacha se había traducido como párthenos, que en griego significa «chica joven», pero también significa «virgen», y entonces los evangelistas interpretaron que el mesías tenía que nacer de una virgen, y fijaos la que se lio a cuenta de una mala traducción. Aunque, en realidad, de muchos de los dioses antiguos también se decía que habían nacido de una madre virgen. Pero, en fin, volviendo al tema, otra de esas alusiones al mesías en el Antiguo Testamento era la de que nacería en Belén (imaginaos que fuera Sevilla), pero todos sabían que Jesús venía de Galilea (imaginaos que fuese una pequeña aldea de Lugo, de modo que Jesús fuera famoso entre otras cosas por tener un acento gallego muy cerrado). La gente diría «¡pero si este tipo es gallego!, ¿cómo nos cuentas la trola de que es sevillano de pura cepa?». Ante esta situación, lo más probable es que Mateo y Lucas, o quienesquiera que fuesen los autores de esos dos evangelios, se inventaran cada uno de ellos una trama para explicar cómo era posible eso de un gallego sevillano, o sea, un galileo nacido en Belén. Y naturalmente, como cada uno se la inventó sin saber lo que se estaba inventando el otro, las dos historias no se parecen en nada más que en lo que se tenían que parecer: que en los dos casos el nacimiento sucede en Belén. Es como si Jorge y Luismi hubieran planeado engañarme diciendo que ayer no pudieron venir a clase porque tuvieron que ir a visitar a alguien al hospital, pero no se hubieran tomado la molestia de ponerse de acuerdo en los detalles, y entonces, cuando yo, con mi famosa perspicacia, los interrogase por separado a los dos, cada uno me contaría una historia completamente distinta: ni sería el mismo amigo al que habían ido a ver, ni tendría la misma enfermedad en las dos historias, y ni siquiera estaría en el mismo hospital. Aunque, para ser justos, lo más probable es que no hayan sido los propios autores de esos evangelios quienes se inventaran los dos relatos tan diferentes y tan contradictorios sobre el nacimiento de Jesús, sino que cada uno debió de recoger historias que iba ya contando la gente, y que para entonces ya no se sabría ni siquiera quién se las había inventado.
—En el islam no tenemos esos problemas —se ufanó Usmán, cruzando las palmas de las manos por detrás de su nuca—. Todo el Corán lo recitó Mahoma palabra por palabra tal como se lo había dictado a él el arcángel Gabriel, no tuvo que ir preguntándoselo a la gente.
—Pero eso no significa que lo que dice el Corán sea verdad —protestó Carmela—. Mahoma también se pudo inventar montones de cosas, como Lucas y Mateo.
—Es cierto —dijo Daniel— que el Corán se escribió en un período de tiempo mucho más breve que la Biblia, pero, mientras que los estudiosos occidentales llevan dos siglos analizando la Biblia mediante el método científico, en el islam todavía no se ha hecho algo parecido con el Corán. En cualquier caso, el Corán también contiene muchas contradicciones internas. Ya hablaremos otro día de ello.
—¿Y qué pasa entonces con los Reyes Magos? —preguntó Maite.
—Pues, ¿qué va a pasar? Que está muy bien que nos sigan trayendo regalos todos los seis de enero. Nosotros sabemos que los Reyes Magos ni existen ahora ni existieron jamás... Pero lo que hace falta es que ellos no se enteren.