sábado, março 28, 2015

Velar o Desvelar la crisis existencial: he aquí la cuestión.

El secreto del fantasma de la libertad se ha desvelado. Una simple depresión no estrella un avión en medio de Los Alpes con ciento cincuenta personas. Los motivos han de ser profundos, por lo que sería raro que uno se contentase con las explicaciones superficiales a las que nos tienen acostumbrados los medios de comunicación.
Tribunal de Turnbull, Ohio. Aquí estalló la primera bomba en 1988. La meticulosidad con la que el fantasma de la libertad hacía explotar sus artefactos tenía como finalidad no causar muertos ni heridos. El joven piloto alemán necesitaba las víctimas humanas en su total realidad, no metaforizadas en estatuas o acciones artísticas que, al fin y al cabo, tratan de mostrar el mismo punto de vista: el del hundimiento de la libertad. El fantasma de la libertad actuaba de esta última manera, de forma artística, logrando que la gracia que tenían sus bombas dependiera en alto grado del receptor de la broma. La acción de Andreas Lubitz visa al desprecio inmediato, en el caso de confirmar que estrelló el avión aposta, el calificativo de locura es ampliamente reconocido como muestra más que suficiente de que no se puede decir lo que ha pasado con la rigurosidad que sabemos que está a punto de llover, y llueve, y nos mojamos. Las acciones, como los objetos, solo son conocidas en sus actualizaciones, una vez hayan devenido desde la virtualidad. Quizás los pensamientos del piloto alemán no fueran muy diferentes de los del fantasma de la libertad, pero sus concreciones sí que se dan de formas diversas. Decir esta diversidad es un asunto complejo, pues cada acción es demasiado particular como para poder decir todo sobre ella, y así conseguir el tan ansiado premio del concepto justo. Más bien, uno se queda más calmo para afrontar estas tareas si en vez de tal concepto justo, se deviene justo un concepto. Eso es lo que son tanto el fantasma de la libertad como el joven piloto alemán: justo un concepto.
La crisis existencial aparece y visibiliza la negación de ciertos individuos hacia su propia cultura. Una vez más, la cultura Occidental es un concepto justo, pero llena de justo un concepto. Dentro de nuestras sociedades tardomodernas existe una amplia diversidad de visiones, de culturas, de valores, de concepciones que tanto conforman a los humanos como son usados por ellos mismos hasta convertirse en co-creadores en su entorno. En el momento en el que el humano deja de co-crear, su espíritu se apaga, dejando todo el espacio, todo el ámbito repertorial en el que llevaba a cabo sus andanzas, a su propia negación: la muerte.
En un caso la muerte solo es representada, y a sí misma se representa como la decadencia de su civilización. El ideal, los ideales, no poseen conceptos que los vivifiquen. Las palabras que usamos cuando hablamos de los asuntos que sostienen las instituciones de nuestro día a día están demasiado contaminadas y distorsionadas como para que lleguen a significar algo próximo a lo que ya en sí es difícil de llegar a ser. Hablar de justicia es fácil, ser justo es difícil. Este asunto en particular parece fuera de control, mucho más abocado al olvido que en los aproximadamente dos mil quinientos años de pensamiento occidental en búsqueda de su misma respuesta. Qué es la justicia. Pues así, podríamos repasar los significados de la igualdad, de la libertad, por seleccionar aquellos que en realidad usan nuestros políticos en sus partidos desde las instituciones que determinan la vida en la sociedad. En la de Danburg, Pennsylvania, o en la de la región central de Massachusetts, había mensajes: el de esta última decía: “Despierta América”: “Es hora de que empieces a poner en práctica lo que predicas. Si no quieres que vuelen más estatuas, demuéstrame que no eres una hipócrita. Haz algo por tu pueblo además de construir bombas. De lo contrario, mis bombas seguirán estallando. Firmado: El fantasma de la libertad.” (Leviatán, Paul Auster, Anagrama, pág. 236)
En el otro caso, el joven piloto alemán no metaforiza, se pierde el poder arrebatador que conmueve de forma programadamente al humano, que admirando el arte y la naturaleza, se complace cínicamente con lo que hay. Hoy en día no es despreciable cierto pensamiento cínico, de auto-reconocimiento del cinismo de nuestros actos. Tener ciertas pautas empíricas de la realidad, y obviarla hasta el punto de arrojarnos al abismo sin importarnos lo más mínimo nuestro futuro, es señal del conformismo en el que nos movemos, del grado de cinismo que nuestra sociedad muestra cuando las decisiones cínicas construyen la historia. El ser co-creador se ha disociado de la naturaleza, ha perdido los nexos espirituales que los conectaba con la totalidad, y se ha convertido en ser difuminado, líquido, sujeto fragmentado que ha de vérselas en medio del mundo. Cómo nos hacemos cargo de nuestros mundos puede resultar una cuestión innecesaria para muchos. El problema es el que dentro de los pocos que sí se la toman en serio, algunos iluminados pueden usar el medio más adecuado que existe a su alcance para crear justo un concepto que diga lo que no se puede decir: el hundimiento de nuestra civilización. Los psiquiatras hablan de crisis existencial cuando los periódicos digitales aún encabezan sus portadas con la noticia que conmueve al medio occidental. Si el piloto en vez de llamarse Andreas se llamara Mohamed, la narrativa discurriría por caminos muy diferentes. Pero los veintiocho años del europeo asoman la patita por debajo de la mesa, quizás intentando mostrar que la libertad de la que ha disfrutado durante casi tres décadas no le ha servido para nada: si esta libertad está limitada por la ardua competencia que alumbra el puesto de capitán, no es más que un ejemplo de los límites a los que cualquier libertad humana ha de someterse. Que este hecho, la imposibilidad de medrar en las actividades esenciales de nuestro día a día, el trabajo, sea suficiente para que alguien se desespere y oscurezca su visión del sistema, puede ser algo que se visibiliza en muchos individuos. Llegar a realizar la locura, solo está al alcance de los locos. Los médicos saben muy bien, o deberían saberlo, que una crisis existencial de un individuo es un asunto muy serio. Que esta crisis se pueda se superponga al conjunto de la sociedad, ya es cuestión de principios epistemológicos con vistas a fundamentar el conocimiento de un sistema y su entorno. Demasiado complejo y dinámico es el vuelo del avión, y sin embargo, vuela. No se puede banalizar la muerte de los pasajeros y tripulantes del vuelo de la Germanwings. Pero la crisis existencial del joven piloto alemán les ha arrastrado hacia la crisis existencial de nuestra civilización.
Al fantasma de la libertad y el joven piloto alemán no les gustaba mucho el sistema en el que ellos se encajaban. Pero ¿Eran entornos del sistema o eran sistemas individuales dentro de un entorno? Son perturbaciones, que en alta probabilidad, van a pasar muchos años en el ostracismo. Sus mensajes no son nuevos, y sus formas solo son novedosas porque conllevan la novedad, pero es el mismo deseo que recorre a Occidente desde hace dos mil quinientos años. Acabar con sí misma, para instaurar el reino de la justicia. Quizás el ser humano global esté a punto de conseguirlo aun a sabiendas de que los vicios humanos expriman sus límites más irracionales. Con todo, tras el desastre al que siempre somos guiados por dicha irracionalidad, es probable que una mutación metafísica haya cambiado la humanidad y sus conceptos justos.