sexta-feira, julho 17, 2009

NO TE ANGUSTIES II



2. LOS HIJOS DE LOS ENFERMOS
“ Hay que derrotar al presidente de facto para salvar la república. Lista 292.”. Así reza el eslogan del partido popular de la restauración. Es gracioso que el candidato a diputado de la ciudad de Buenos Aires sea un proscrito por la justicia de la ciudad y que tenga un parche en el ojo derecho. Es curioso que el candidato a diputado nacional por la ciudad de Buenos Aires luzca un bigote parecido al de Hitler. Es interesante que, entre las propuestas para salvar la republica se lea: “ Porque no queremos que se siga atentando contra la célula básica de la sociedad, que es la familia”.
¡Ay!, el gallego se siente tan defraudado últimamente con el otrora idolatrizado imperio romano, y es que bajo la influencia de Engel y su “Origen de la familia, el estado y la propiedad privada”, para mortificación del peor de sus miedos, la monogamia es culpable de las desigualdes sociales. Sí, demasiado simplista. Y los romanos que intentan civilizar, culturizar la sociedad, se la están llevando a la mayor de las falsas, de las mentiras, de las hipocresías. Ellos perpetuan y dejan una herencia pesada como una losa, prácticamente inseparable del ser civilizado: el fin es la riqueza. O bien, se debe culpar a los griegos, que son anteriores. O a los egipcios, si se sigue remontándose en las civilizaciones.
En San Telmo se ha respirado socialismo, puro y duro, fantásticamente alentador y realmente abominable.
- ¿De dónde eres? ¿Cómo te llamas? ¿Fumas marihuana? ¡Invitame!. – Esa fue la tarjeta
de presentación de Martín, el primer loco que se le acercó en el Hostel. Una simple negación a la última pregunta hubiera alejado al arribista pesado de turno.
- Tú pides demasiado – Le echó en cara el gallego tras el tercer o cuarto cigarro.
- Es que no tengo plata – Asumió el de Entre Ríos.
Para estos pobrecitos, el gringo adentra en el hostel con la etiqueta de víctima, ya que en muchas ocasiones gringo es sinónimo de rico y tonto. Y este gallego en concreto tiene el corazón muy blando. No va a haber reparos en chuparle el cuello y sangrarle toda la propiedad que sea posible. Compartir o apropiarse de lo de los demás es comunismo para el que no tiene. No es otra cosa lo que buscan, es decir, consejos, historias, amistad verdadera, lamentos, la vida ajena no les interesa; solamente interesa sacarle las tripas si fuera necesario a quien sea para seguir sobreviviendo en el mundo de la sangría diaria en el que viven. En San Telmo muchos van de socialistas, de humanistas, de idealistas, sin embargo, la mayoría están huecos en sus cabezas como en sus corazones. Y los que tienen algo serán convertidos en lo que odian cuando consigan un trabajo. Así dignifica el trabajo al ser humano, convirtiéndole en un esclavo asalariado, en un opresor del que se oponga a su propiedad. Son la gran masa que elige a Hitler para que piense por ellos. Es el caradura que pide prestados dos pesos sin apenas conocerle, pues su mirada se ha clavado como la del halcón, en los titubenates ojos del gallego, al que se le nota una desventajosa caridad cristiana hacia el hermano. No, los hombres actuales no son hermanos, no, no pueden serlo sin pertenecer al mismo clan, sin llevar los mismos genes, sin formar parte de la misma familia. Si no, ¿por qué ha de sentir condescendencia con estos crápulas, si ellos no son más que hienas cuando se le acercan? Y lo peor de todos, es el placer que parecen experimentar al roer las entrañas de la incauta presa, sometiéndole a todo tipo de juegos mentales, de falsa conveniencia.
Así es que funciona un país, con el aprovechamiento de los bienes ajenos, a todos los niveles, desde el que reparte hasta el que piensa que es terriblemente injusto que el otro tenga y yo no.
Entonces, alojarse en este tipo de hostel resulta, aunque el huesped no lo sepa, en un acatamiento de ciertas normas de la comunidad al servicio de dicha comunidad, aunque ni esta misma exista, en grado semejante al que mantiene Stalin con sus ministros, o sea, una relación basada en la desconfianza, la envidia, y la prepotencia de la superioridad o la certeza. Tanto a los ministros de Stalin como a los infelices de san Telmo los mandarán a fusilar algún día si traicionan a sus idelaes: el problema es que ni uno ni otros saben nada acerca de ideales.
El gallego llegó a Buenos Aires el viernes por la mañana; el viaje es ocasional, como diez meses antes, aunque en su primera visita tan sólo permaneció un día en Buenos Aires, en el mismo Hostel. Argentina es sólo un lugar de paso, pero esta vez la estadía es de tres días, y hay mucho que descubrir de la vida en la capital porteña. El loco Martín abordó al gallego dicho viernes, y sin circunloquios subieron al cuarto de Martín en una pequeña azotea, con ropas tendidas. Tres inquilinos se apilan en pocos metro cuadrados; entre ellos Pablo, el poeta, que también fuma. Pablo vende poesías, de su propia autoría dice, por dos pesos en los parques, acercándose a las personas. El gallego recibe una de regalo que comienza así:
“ Una cruz lejana suprime mis deseos de carne.
Ahorca mi miembro con una cuerda
Abstrayéndome de mi cuerpo, caigo
Suplicando poemas románticos...”
Así se inician amistades fraternales por parte de los que no tienen, o de los que hacen cualquier cosa por sobrevivir o simplemente buscan unas fumadas: con un pedazito de papel fotocopiado con unos versos, eso sí, verdaderos.
El sábado por la noche, el gallego regresa algo bloqueado del Espacio Ecléctico directamente al hostel, y no le importaría bien tomarse algo, bien reflexionar tranquilo en su cuarto. En el comedor, Pablo el poeta con toda la cara del mundo invita al gallego a un circo, que finalemente más bien parece una Rave. A saber. El caso es que no se sabe cuanto cuesta, está lejos, ya ha comenzado y habrá todo tipo de atracciones, incluso una gran fiesta con djs que termina a las seis de la mañana. Pablo dice que lleva nueve pesos, esto es, sale a encontrarse lo que sea, con gran espíritu aventurero y cierta desorientación. Aprovecha Pablo para devolverle los dos pesos con una moneda extranjera, coincidentemente el mismo valor. A continuación, tras haber demostrado su buena fe, le pide al gallego, atención, la cámara de fotos. Pablo sabía que el gallego tenía una cámara porque se la vio en cuanto sacaba algunas fotos del comedor del hostel. Así, el poeta le pide, prestada por supuesto, la cámara al gallego porque la necesita; la razón primera y única a posteriori es porque se necesita una cámara un sábado por la noche para hacer unas
fotos, que tambien se necesitan. Como los dos pesos que se necesitaron el día anterior. Están locos estos tipos si se creen que la ingenuidad del ser humano bondadoso llega a tales límites de autofragelación.
El Hostel no únicamente está repleto de peligros, sino también de cuadros con refranes, en este caso del refranero criollo. Justo a la derecha de la puerta del gallego se halla aquél famoso y universal de “Más sabe el demonio por viejo que por demonio”. A decir verdad, el hostel alberga una cuadrilla de diablitos que aún son muy jovenes. Subsisten agudizando el ingenio para sobrevivir en una ciudad elitista; en una ciudad que les mira por encima del hombro cuando andan por las calles. Por eso aquí se hacen fuertes, en sus cuevas.
Mientras tanto, lo más sorprendente es su ferocidad psicológica, como buen argentino, y no la actuación colectiva; no hacen gala de una unión temible, y sí de una aterradora conciencia individual que pisa al propio hermano con tal de una victoria autoestimulante, aunque la victoria sea de dos pesos que en realidad no se necesitan para nada. Se sentirán como Hitler, desencantados con su propio pueblo, se medirán a sus compatriotas con el baremo de la suerte. Ellos están perdiendo el juego de la vida, porque otros están ganando. Es el mundo competitivo, codicioso, en el que vivimos. Y en el juego unos tienen que perder para que otros puedan ganar. Algunos moradores de San Telmo no piensan lo suficiente, prefieren que otros piensen por ellos; es la postura comoda, y natural por otra parte, que excluye el “mea culpa”, y que precisamente, arroja el cúmulo de desgracias ya sea en el azar, ya sea en el capitalismo que les oprime. Pero les oprime, ¿a qué? ¿a no pensar?.
Martín el de Entre Ríos aporrea la puerta con estruendo. A él le da igual que sea la una de la noche. Dice tener dos entradas para ir a bailar. ¿Será cierto? Agradece la invitación el gallego, se excusa argumentando que ya está acostado y cansado. Martín pide un abrazo del gallego antes de que éste regrese a España.
- Mañana - le asegura el gallego que se lo dará.
¿Será cierto que Martín tenía dos entradas o era una excusa para pedir un mísero cigarro? ¿Será que Stalin tenía razón, y el ser humano necesita estas dudas para continuar protegiéndose de los indeseables? Ay, esta Argentina ambigua, qué poco le agradaría al ruso tanta gente lista. No obstante, una persona cualquiera tiene el derecho a buscarse la vida, eso no es antinatural, y está claro que esa prioridad básica de supervivencia aleja a las mentes de un pensamiento de verdadera libertad. Además, ¿en dónde habrá de mirarse el pobre Martín, en qué espejo? El gallego siempre quiso convertirse en ese espejo, en modelo del bien a seguir, en santo de altar luz de la humanidad; tal vez como Hitler. Sin embargo, sabe que el exceso de filantropía en medio de la selva le conduciría a la ruina. Ay, cuánto cuesta ser santo en medio del mundo. Y no es la tentación siempre la que hace sucumbir. Es la interacción continua, alerta permanentemente, que atosiga cada movimiento cuando éste no es en soledad, ya que la vida en sociedad nunca puede ser simplemente una tentación. Qué perfección de ánimo se alcanza con no extensas dosis de soledad, de reflexión; por otro lado, cuánta debilidad se muestra en la compañía; cuánta falta de honestidad, al vestirnos constantemente según mandan las circunstancias, porque estamos desnudos y precisamente lo sabemos y no queremos que se vea nuestra desnudez. La envidia que llega a generar la sonrisa del que está en paz, la envidia que empaña a los oyentes de los éxitos ajenos, la ira que la persona feliz introduce sin querer en los corazones de los que se sienten infelices, el odio involuntario creado por el mero hecho de estar contento consigo mismo. Ay, desgraciada humanidad. La única diferencia entre unos y otros es la victoria y la derrota. Y los vencedores fornican con la historia. Y la gran masa seguirá conformándose con verdades banales para adormecer sus ásperas conciencias. Y las dudas les hará merecedores de sus dioses, y la miseria les incentivará a ser dioses, y el pensamiento nunca deberá alzar un vuelo alto, porque la necesidad se halla pegada a la tierra, como por obra y gracia de la ley de la gravedad.
Ay, los enfermos que están por todos lados. El gallego se queda parado en un callejón sin salida. A ciencia cierta, siempre anduvo por callejones sin salidas; la diferencia es que aquéllos callejones disponían de válvulas de escape que se hacen visibles cuando se disipa la niebla que cubre al atrapado y a la situación general del callejón, y la niebla que envuelve al gallego todavía no le deja ver dichas salidas de emergencia; es cuestión de tiempo que aparezcan las luces al final de los tuneles, luces que conducen a lindos prados verdes con futuros coloreados y llenos de certezas irrevocables, tipo aquéllos que animan al espíritu a luchar por ambiciones nobles, en el mejor de los casos, o a sueños egoistas e imposibles repletos de virtudes en el peor: en el caso del gallego, la única luz al final de este callejón es la propia enfermedad.
Cada hospedado en San Telmo procura alimentarse primero, guardar después si es posible. No hay nada de malo en ese gesto tan animal como la naturaleza misma. Las tribus salvajes se abrían espacio con ordenes morales establecidas al fin y al cabo muy parecidas a las de las civilizaciones, mas sin ansia de consumo, sin la exclusiva intención de la posesión; en ese sentido sí concordaban más con la propia naturaleza. Pero el ser humano tiende a desvincularse de dicha naturaleza tras civilizarse. Una de las consecuencias desafortunadas es mirarse al propio ombligo. Y eso no es para angustiarse. Ay, como molesta el clima cerrado del hostel San Telmo. Qué juicios rápidos y desmedidos son lanzados contra el caradura de Pablo, el poeta de dos pesos, y el loco Martín de Entre Ríos... al fin y al cabo, ellos no se angustian