quarta-feira, maio 04, 2011

La Economía en la edad de piedra


LA ECONOMÍA EN LA EDAD DE PIEDRA, de Marshall Sahlins. 1972.

Tratar de resumir este libro requerería otro libro, decía Evans Pritchard en su crítica al mismo. Sahlins busca como necesaria una teoría del valor de intercambio en las sociedades primitivas existentes desde la corriente sustantivista de la economía antropológica, bajo un estudio culturalista que trata a las sociedades por lo que son y no como una versión subdesarrollada de nuestra cultura, como le gusta contemplar al formalismo. Por lo tanto, ya me atrevo a afirmar que ni el autor ni cualquier otro que emprenda tal misión llegará a la generalización, si se busca una teoría “necesaria”, precisamente porque cada sociedad es lo que es. Como dice Godelier, a investigar las formas de correspondecia entre modos de producción y formas de representación se le llama etnociencia; luego, pienso que la antropología cognitiva anda presente en este trabajo a la procura del conocimiento empírico del entorno económico del nativo, más aún, si en el “intercambio que afecta a todo, a todos y en todo tiempo” resulta esencial entender al don como culpable de racionalizar la necesidad de reciprocidad ante la amenaza de la guerrra. En definitiva, es Sahlins quien busca una teoría y no los propios nativos, por lo que como dice el Profesor Cruces, cualquier análisis que tenga que ver con la cognición no tiene una respuesta única: un paradigma, jamás. Ahora, tratar de categorizar taxonómicamente el campo de la economía primitiva... ¿Estamos en nuestro derecho de hacerlo? Creo que sí, puesto que la cultura no está en la mente de la gente, sino entre ellos, y es labor del antropólogo entender el punto de vista del nativo acerca de la realidad. Este trabajo intenta entender los motivos por lo que se mueven comercialmente ciertas sociedades primitivas existentes. Y sorprende que entre esos motivos el que más destaque sea el de la busqueda de la paz.
Sería conveniente echar un vistazo a la lectura de Polanyi, “El sistema económico como proceso institucionalizado”, con vistas a entender que el significado substantivo de económico no implica elección ni insuficiencia de los medios. No obstante, la reclamación de Sahlins no delimita su campo de acción, como a él le hubiera gustado. Ya él mismo, reconoce su incapacidad para teorizar con garantías, y se siente satisfecho con haber suscitado el cometido de plantear dicha teoría sobre el valor. Como alumno de antropología, coger tal relevo y soñar con la aplicación de dicha teoría es apetecible aunque inviable; ahora bien, Sahlins parece desear tal teoría sólo para encontrar la paz, es decir, si llegara a unir las leyes de la naturaleza de Hobbes con el espíritu del don de Mauss, con el único propósito de buscar la paz, repito, cualquier intento de mudar la economía basándonos en la generosidad, sólo conllevaría risas y denominaciones de locura entre los civilizados. Estamos mezclando sin llegar a distinguir lo que nuestra cultura tiende a separar, o sea, lo económico de las relaciones morales, y es en esa moralidad donde trato de encajar el proceso cognitivo que hace de la economía una función de la sociedad. Si bien es cierto, como dice Lévi-Strauss que “Los intercambios son guerras resueltas por vía pacífica y las guerras son el resultado de transacciones infructuosas”, no hemos de negar que nuestra actual sociedad considera, al menos en algunas formas políticas, esta opción, como la famosa alianza de civilizaciones que algunos proponen. Lo que quiero decir, es que el aire de “nunca jamás” que abate a Sahlins, no puede dejarnos abatidos al resto. ¿Habrá desarrollado el propio Sahlins su teoría casi cuarenta años después? O, ¿Se habrá dedicado a esperar que la teoría liberal del imperio reinante caiga por su propio peso como otras hicieron antes? Primero, creo que la teoría ya la ha desarrollado el propio autor, a base de centrarse en modelos hipotéticos, como el de los hechos de la organización social de la deflación en las redes comerciales Melanesia durante el periodo posterior al contacto con los europeos. Observar como podría existir una alternativa económica al capitalismo de nuestros días es descorazonador, puesto que las economías presentadas en el libro, primero, dejan de moverse por la generosidad desinteresada y por una economía de subsitencia desde el momento en que las transacciones se alejan de las sociedades de parentesco, y segundo, porque si las transacciones proporcionan una sociedad, manteniendo las relaciones sociales, la corriente material, en efecto, garantiza las relaciones sociales, por lo que todo lo que Sahlins ha intentado enseñarnos en su trabajo sobre el carácter instrumental del intercambio, no difiere en cuanto a la naturaleza del hombre, ya sea en la tribu, o en el estado. Por otro lado, una sociedad sin gobernante no es posible en nuestros días, ya que la mancomunidad pone fin al estado de naturaleza pero no a la naturaleza del hombre, como dice Hobbes, por eso los hombres acordaron dar su poder a un hombre o asamblea de hombres para que defiendan a sus personas; sólo veo la lógica evolución del ser humano tal como es su naturaleza. ¿O será que nuestra naturaleza es primitiva y la tendencia al progreso sólo nos aparta del origen? Creo que Sahlins se ha ido llevando por una idea altruista social abstracta, aunque real, para alejarse de su objetivo inicial: entender las transacciones como tipos de integración, como insistía Polanyi: reciprocidad, redistribución, y el intercambio de mercado son modalidades de organización económica. Me da, una vez más, la impresión que Sahlins desea plantear la teoria primitiva para con nuestra civilización, aunque no lo hace con la boca llena. Es más, dicha teoría ya está definida por él mismo en su trabajo, y únicamente es consciente de la utopía que conlleva la implantación de la teoría fuera de epoca y del espacio. Por mi parte, he de decir como se me asemeja el comportamiento nativo que se satisface copiosamente a la real busqueda de la santidad de nuestro tiempo, el mismo espíritu zen o de desapego de algunos helenistas o misioneros. Al fin y al cabo, los impulsos por los que se mueven los primitivos giran en torno a la generosidad y la paz, y en ese aspecto son más racionales que nosotros: el don es razón.
Estoy de acuerdo en que no hay institución en sí misma económica, aunque no dejo de considerar el papel tan importante que posee la economía dentro de la infraestructura de Harris, la misma que determinará las relaciones sociales, las formas de parentesco y la moral de las sociedades. Cuando Sahlins dice que La nuestra es una teoría del valor en el no intercambio o del no intercambio del valor, parece haber olvidado la expresión nativa “al resto que se lo lleve el diablo.”
No sé si Sahlins había dejado atrás cualquier vestigio de neoevolucionismo cuando se decidió recopilar este libro, pero el caso es que la impresión multilineal evolutiva le sigue sirviendo como excusa para justificar cualquier desarrollo cultural de cualquier sociedad. Otro de los incovenientes epistemológico del tratado sería el intento de salto hacia el paleolítico, cuando parece ser que no hay duda de que las culturas interpretadas pertenecen como mínimo al neolítico.
Divivido el libro en seis capítulos, el mismo autor los desglosa en tres partes:
En la primera, se dedica a desmitificar la imagen de pobreza, hambre y grandes sacrificios en el hombre del paleolítico como nos la muestra la tradición, y nos expone el MDP, el modo de producción doméstico, un estado natural donde su economía garantiza la sociedad sin soberano. En la segunda parte, nos sumerge en el espíritu del don, y analiza los estudios de Mauss con los Maories y sus respectivas críticas por parte de Levi-Strauss, Firth y Jacobsen. Por cierto, he de comentar que Lévi-Strauss discute la confianza de Mauss en una racionalización indigena, y en este punto Sahlins reconoce que esa racionalidad indigena consigue que la desigualdad social sea la organización de la igualdad económica, ya que condiciones antieconómicas constituyen la organización de economía en la realidad primitiva. También se detendrá con la reciprocidad, para desmenuzar sus tipos y motivos en relación al parentesco, distancia y otros factores. Aquí, reseño el análisis de la reciprocidad que Sahlins hace a partir de una serie de sectores residenciales de parentesco en el plano tribal. En círculos concéntricos, la reciprocidad, generalizada, equilibrada o negativa, se inclina hacia el equilibrio o el subterfugio en proporción con la distancia sectorial, la cual se divide en hogar, sector de linaje, sector de la aldea, sector tribal y sector intertribal. Y me paro a reseñar este modelo debido justo a su hipoteticidad, y el reconocimiento, humilde y elogiable, por parte del propio Sahlins, de no llegar a una explicación última. En la tercera y última parte, Sahlins se centra en el comercio primitivo, en la oferta y la demanda.
Esta división del libro está constantemente interconectada, y hace de “la economía en la edad de piedra” una obra compacta, homogénea, aunque al mismo tiempo, la lluvia de ideas y las disparidades de las tribus o comunidades estudiadas, crean una amplia atmósfera dominada por la oportuna visión holísta que siempre debe de acompañar a esta ciencia. Con el objetivo de defender la relevancia de la ciencia antropológica Sahlins añora una teoría que justifique la realidad primitiva, pero la sensación que me ha dado con sus escritos es la comparativa, y si se busca la comparación transcultural, exclamo con sus propias palabras ¿No ha de ser útil la propuesta, a fin de evitar hablar de cosas que no existen? Y es que es en la modalidad doméstica de producción donde Sahlins procura la generalización para explicar la tendencia hacia la subproducción en las economías primitivas. Sin duda, un buen complemento a los tres primeros capítulos, que abarcan la primera parte, sería el ensayo de Godelier y el de Comas. En el primero, Godelier dirá que el propio Sahlins afirma que en sociedades -como los baruya- podemos ver “sociedades de abundancia”, “sociedades del bienestar”, y en su artículo “Instituciones económicas” nos presenta esa doble faceta que plantea la antropología económica: el papel real y la importancia relativa de las relaciones económicas en la lógica profunda que opera en la evolución de las sociedades humanas. Ya con Comas, interesa su forma de analizar el proceso de mercantilización de la agricultura, porque se introduce el modo de producción simple que sin ser capitalista se encuentra en un medio capitalista, al igual que el doméstico: mano de obra familiar, gran parte de la producción es para el consumo, y tanto la producción como el consumo están organizados a través del parentesco, imposibilitando la acumulación. Esto lo contrapondrá el mismo Sahlins más adelante cuando escoja la siguiente definición de economía para sociedades más avanzadas: el proceso de aprovisonamiento de la sociedad. Sin embargo, el ensayo de Comás nos da una visión que hemos de superponer en la crisis que Sahlins nos plantea entre la economía doméstica y la pública, y que desembocará en el hombre importante Melanesio, como punto de articulación de la estructura tribal: el cacicazgo. Por lo tanto, una ojeada al capítulo 8, Sistemas políticos, del Kottak no vendría mal, sobre todo, al apartado referente al big man.
El antagonismo naturaleza versus cultura acompañará a todo el trabajo. Hechos como que el cazador gaste menos energía que en cualquier otro modo de producción, nos permiten vislumbrar como una sociedad opulenta es aquella en la que se satisfacen con facilidad todas las necesidades materiales. Nos advierte de la trampa que la actúal economía de mercado tiende a la antropología económica, con su etnocentrismo neolítico y egocentrismo burgués. A su vez, critica a la sociedad capitalista preocupada por la escasez, y que en consecuencia, instituye la pobreza.
Con citas de otros antropólogos, como George Grey, desmentirá la desesperación económica de los más pobres del Kalahari “siempre he encontrado la mayor abundancia en sus chozas”. Expulsados de las mejores zonas, Sahlins justifica las hambrunas actuales en el cambio de comportamiento de los nativos bosquimanos, shoshoni o esquimales tras dos siglos de colonialismo europeo en los cuales se han alterado su medio natural. Resulta gracioso encontrarse con los San en pantalones, y con camisa y corbarta en el libro de Kottak, muestra del contacto con el europeo, aunque se suponga que las sociedades aquí expuestas hayan tenido el mínimo roce con Occidente. Gracias a eso, los ejemplos de bandas, tribus o cacicazgos que funcionan con el valor moral del intercambio y no con el valor puramente comercial de la transacción, nos dejan claro que la crítica a los problemas causados por la economía moderna tienen su solución en la economía primitiva. Pero para eso habría que volver al primitivismo, y eso, aparentemente, no es natural.
Sahlins aprovecha las etnografías para poner en evidencia el tópico de Herskovitz de “trabajo intenso para la supervivencia”, con una serie de comentarios basados en la observación de la discontinuidad del trabajo, y con dos inclinaciones económicas entre nativos: la prodigalidad y el no formar reservas, lo que muestran el espíritu conformista de los nativos estudiados. Con McArthur y McCarthy nos cuenta que tanto bosquimanos como los aborígenes australianos trabajan menos y duermen más; también Richard Lee contradirá a Herskovitz, y se hablará de los Dobe, quienes tienen mangos en demasía; “En 3 ó 4 horas conseguían la comida sin afanarse ni fatigarse” añade Eyre sobre los Murray. Desmentir prejuicios occidentales sobre los nativos es uno de los objetivos de este trabajo, entre ellos, el de su incapacidad técnica, debido a una racionalización colonialista, y el de la haraganería congénita nativa, reultante de una deficiencia ideológica.
En ese espíritu transcurre la primera parte del libro, donde se demuestra que la subproducción no es incompatible con una primitiva “opulencia”. Para ello habrá de considerarse el modo de producción doméstico, donde el subaprovechamiento de los recursos y de la capacidad de trabajo tienen un porqué socio-económico. Al fin y al cabo, la pobreza es una relación entre personas, mantiene Sahlins, por lo cual qué mejor que la economía familiar para mostrar una economía de producción para el consumo, por la supervivencia de los productores. De esa manera, explica la tendencia hacia la subproducción en las economías primitivas, o sea, refiriéndose a la estructura de la modalidad doméstica de producción. Cabe reseñar que las relaciones entre los miembros de un grupo doméstico hacen de lo económico una modalidad de lo ìntimo, con decisiones domésticas a beneficio de los productores, concluyendo lo altamente ideal que resulta tal modalidad doméstica. Quizás, su ideología le hace llegar a la conclusión de que la modalidad doméstica es prima hermana de la marxista, vista la relación del productor con el proceso de producción. Una vez más, compara el capitalismo, donde el dinero lleva a un bien para ser retribuido con más dinero ( D – B – D’), con el sistema primitivo, donde la manufactura de bienes lleva a la venta en el mercado para obtener medios con la posterior adquisición de otros bienes ( B – D – B’ ). Aquí D es igual a dinero y B igual a bien. El apostrofe significa más. Lo que se concluye en la última parte del libro está en conexión con lo tratado a lo largo de él. Entonces, el dinero primitivo tiene más un valor simbólico, es un puente indirecto entre las cosas. Si tenemos en cuenta que el hecho caracaterístico del intercambio primitivo es la indeterminación de los precios, estamos descubriendo donde radica la principal diferencia entre la economía primitiva y la moderna occidental. El problema surge al querer calibrar el valor del intercambio.
Sahlins, en su desconfianza del progreso, enzalsa la relación primitiva hombre-herramienta, donde ésta última es una extensión corporal del hombre, y no al revés como ocurre en la sociedad industrial, donde la máquina es más hábil e inteligente que el hombre, convirtiendo al operario en un complemento de la máquina. Así va el autor mostrando su lado más estructuralista, receloso del progreso liberal ilusorio, y apoyándose en Marx sentencia que antes, se hacía del hombre el objetivo de la producción, ahora la producción es el objetivo del hombre.
“La economía en la edad de piedra” aporta tablas, como las que cuentan las horas dedicadas al sueño entre los cazadores de Hemple Bay y Fish Creek, un tanto confusas; también presenta propuestas de métodos, como el que investiga la inflacción social de la producción doméstica. En este método se aplica la regla de Chayanov y trabajos de pesquisas, como las comparaciones entre los Kapauku y los Mazulu; lo que se busca es una curva de intensidad normal, que describa la variación laboral necesaria para que cada unidad doméstica sea provista de lo que necesita. La conclusión final será que la estructura familiar forma parte de la estrategia de intesificación de la sociedad, ya que los Kapauku, con el cultivo de la batata, muestran una variación diez veces mayor que los Mazulu, en cuanto a producción por unidad doméstica. Esta estadística sirve de prolegómeno a la explicación de Sahlin sobre la intensificación de la producción, lo que a posteriori nos lleva al liderazgo como forma más elevada de parentesco, una relación social de reciprocidad, de ayuda mutua. Quizás, el discurso de Sahlins pierda fuerza con afirmaciones un tanto categóricas tales como “En todo el mundo la categoría indigena para explotación es reciprocidad”. Pierde fuerza, o al menos yo lo observo como contradictorio, si consideramos que la economía doméstica es poco confiable, con ejemplos como el de los Tipokianos, quienes escondían los alimentos ante las visitas.
No obstante, una vez llegados al cacicazgo, el jefe crea un colectivo más allá de los grupos domésticos. No sabemos si atribuir la aparición de un cacicazgo a la producción de un excedente, o al contrario. Lo que sí vemos es la crisis que produce la contradicción entre la economía doméstica y la pública. Nuevamente, Sahlins se embarca en un enunciado categórico que me parece exagerado “Toda la prehistoria de la Polinesia es una repetición de las competencias entre los distintos valles, el ejercicio de poder del jefe, y la ocupación y desarrollo de zonas marginales”. A pesar de la exageración, ese desarrollo parece parte primordial del logro de los polinesios, una forma avanzada de cacicazgo en la cual el pueblo pone su producción al servicio del jefe: la parte interesante es que el jefe devuelve a la comunidad lo que ha recibido de ella. Y es que, a pesar del privilegio de la jerarquía, nobleza obliga. Lo que está claro en todo el libro es la importancia que la sociedad primitiva le da al estatus, al prestigio, la Prestación total, que sólo son intercambios voluntarios en apariencia: sin esos intercambios se rechaza la alianza.
La comparación, con las diferencias y semejanzas que conlleva, entre la competencia mercantil y el comercio primitivo está en el transfondo del libro, para así acabar abogando por una teoría primitiva del valor de intercambio. Por eso Sahlins recopila multitud de ensayos, los suyos y los de otros autores, como el pionero de Malinowski en la islas Trobiand. A propósito, el autor divisa cierto misterio en el comercio de Melanesia, al mismo tiempo que va reconociendo en diferentes momentos poca evidencia empírica en supuestos tratos y transacciones, admitiendo que diferentes tratos pueden tener formas diferentes de calcular el valor del intercambio. Voy a seguir echando mano de impresiones, pienso que no me queda otra opción, y la principal que siento es la nostalgia del autor; dice Sahlins que la debilidad más importante de nuestra teoría reside en el significado y la práctica de la generosidad, la recíproca que explica el promedio de la oferta y la demanda. En definitiva, la significación económica se basa en la relación y no en la equivalencia del intercambio. Con el ejemplo de los pescadores en la islas Trobiand, quienes han de pescar pescados en vez de perlas para cumplir el wasi.
No me gustaría terminar esta monografía sin hacer una breve mención al hau, principio general de productividad, a la sabiduría de Ranapiri, al mauri, el principio vital. Si Mauss al final de su ensayo había llegado a la razón, dejando atrás las magias y fuerzas oscuras del hau, he de concluir con la sentencia “deponer la espada”, significativa de un comercio estable, donde el don es el equivalente primitivo del contrato social.