sexta-feira, maio 17, 2019



RESEÑA a MALA FARMA

Introducción:

No es exagerado concluir que Mala Farma trata la relación entre ética e investigación científica, desde una concepción según la cual ni la ciencia ni la tecnología son indiferentes al bien y al mal. Desde la idea central de este libro, que dice que “las empresas proporcionan una información sesgada de sus medicamentos”, se distorsionan y exageran los resultados de los ensayos clínicos, “eliminando, aquellos aspectos que no les favorecen”. A estas distorsiones se une el que las agencias reguladoras de los gobiernos oculten información de vital importancia y que médicos y asociaciones de pacientes aparentemente independientes estén financiados por la industria. Para Ben Goldacre, académico de Oxford, psiquiatra y periodista, la medicina está en quiebra, y lo que intenta demostrar en Mala Farma es que “en la industria farmacéutica global… reina la corrupción y la avaricia”.
El valor económico se impone sobre el resto de valores, inclusive el epistémico y el ético; a Goldacre no le va a temblar el pulso a la hora de presentar al lector la manera en que la industria farmacéutica interviene el proceso científico a favor de los beneficios económicos. Pero no lo hace en abstracto, y sí desde las intenciones de los agentes que actúan en el sistema técnico complejo de la medicina. La filosofía, y la de la ciencia en particular, agradece la repercusión del esclarecimiento que Mala Farma pueda tener entre médicos, dado que son engañados, pacientes, ya que son perjudicados, pero también entre la industria, periodistas, académicos y el público en general, puesto que es difícil excluirse del proceso de medicalización que vivimos. En un alegato a la transparencia, pues esta “parece ir cambiando las conductas” se ha dedicado Goldacre en los últimos años a denunciar los abusos de la industria farmacéutica y proponer regulaciones más rigurosas, a través de organizaciones o campañas como Alltrials para reformar la evidencia médica.
Mala Farma es un ataque a la industria farmacéutica; aunque las empresas farmacéuticas han salvado vidas, eso no les da carta blanca para ocultar datos, que por su parte, pueden matar vidas. Además, la industria ha resultado también en un proceso de medicalización, por el cual se amplían las categorías diagnósticas, se inventan diagnósticos.




El sistema técnico farmacéutico

Las farmacéuticas consiguen que no se publiquen todos los resultados, sobre todo los negativos, de los ensayos clínicos de los medicamentos que se ponen a la venta. Goldacre muestra cómo esto es posible, y cómo tiene consecuencias indeseables. En este proceso, desde la industria hasta el paciente, hay individuos involucrados cuyos intereses abocan al conflicto. Desde la consideración de este edificio complejo de la medicina como un sistema técnico se puede basar el juicio sobre la inmoralidad de la compañía farmacéutica y de los científicos que se prestan para hacer los experimentos en que violan principios morales dentro del conflicto de intereses. Aquí, la dificultad radica en determinar cuáles son tales principios morales.
Si se nombran, siguiendo Mala Farma, a los componentes de un sistema técnico, tal como lo expresa León Olivé en El bien y el mal y la razón, se tiene que hay agentes intencionales, como un investigador de una compañía farmacéutica; un fin, como ganar dinero con una pastilla cuyos ensayos clínicos están desvirtuados; objetos que los agentes usan con propósitos determinados, como una molécula que será sintetizada para convertirse en una pastilla; y finalmente, un objeto concreto que es transformado, como la molécula ya hecha medicamento comercial.
Por ejemplo, podemos juzgar como inmoral la decisión de la compañía farmacéutica de poner a prueba en seres humanos una droga cuyos efectos se desconocen, sin advertir a los sujetos con quienes se experimentará de los riesgos que corren; también, se puede juzgar moralmente las acciones de los científicos porque utilizan personas como medios. Estos ejemplos de algunos agentes intencionales que desfilan por Mala Farma permiten que el sistema técnico de la medicina pueda ser condenable o loable, según los fines que se pretendan y los resultados obtenidos. Como Goldacre muestra que el fin generalizado de los agentes farmacéuticos es ganar dinero a toda costa, y los resultados de las acciones de la industria farmacéutica pueden, en un sentido kantiano, tratar a las personas como objetos o medios, por ello, el sistema técnico farmacéutico es condenable moralmente.
Esto acarrea un problema cuando vivimos en sociedades pluralistas, donde el conflicto de intereses es constante y es difícil ponerse de acuerdo sobre lo que sea el bien y el mal. Pero los hechos que expone Goldcrare desvela que la ciencia y la tecnología, al menos para él e imagino que para la mayoría de los lectores, no son éticamente neutrales. Algo que a la ciencia le debe sonar extraño, pues sus supuestos tienden a ser neutrales.

“El proceso de medicalización amplía los límites diagnósticos para ganar mercado y vender la idea de que un problema social complejo o personal es una enfermedad molecular, para así vender sus propias moléculas en forma de pastilla que curan esa enfermedad” (350, Mala Farma)
Goldcrare advierte que “Quizás estemos incurriendo en un coste cultural al medicalizar la vida cotidiana y fomentar modelos reduccionistas, moleculares y mecánicos de la identidad… nos arriesgamos a hacer que individuos perfectamente normales se sientan ineptos.”
Este individuo ha sido descrito por el psicólogo Umberto Galimberti, al preguntarse lo que significa el continuo recurso a los términos “ansia social” para decir que uno es tímido, “fobia social”, para decir que uno es muy reservado…” , alguien que se ha visto, desde Hipócrates, simplemente como “raro”. En los años setenta, la palabra “síndrome” no aparecía ni en los periódicos ni en las clases de los tribunales. En 1985 ya aparecía en noventa artículos, y en 2003 en ocho mil artículos de revistas y periódicos. Para Galimberti, este cambio lingüístico, esta invasión de la psicopatología en la vida cotidiana, crea en todos nosotros un sentimiento de vulnerabilidad, y por tanto, una necesidad de protección, de cura. El “trauma” no es más la justa y fisiológica reacción emotiva a un evento doloroso o desconcertante, sino el generador de la necesidad de asistencia terapéutica a la vida, homologando la experiencia humana como patología en el modo de sentir de los individuos.
Décadas antes, ya Ivan Ilich en Némesis Médica (1975), advertía bajo las categorías clínicas, sociales y culturales de la yatrogénesis, que “Una vez organizada una sociedad de tal modo que la medicina puede transformar a las personas en pacientes porque son nonatos, recién nacidos, menopáusicos o se hallan en alguna otra “edad de riesgo”, la población pierde inevitablemente parte de su autonomía que pasa a manos de sus curanderos”. Según Ilich, la supervisión médica a lo largo de toda la vida convierte la existencia en una serie de periodos de riesgo que se ponen bajo las órdenes médicas.


Conclusión

La enfermedad iatrogénica clínica comprende todos los estados clínicos en los cuales los remedios, los médicos o los hospitales son los agentes patógenos o “enfermantes”. Bien vio Ilich que el impacto de la medicina es una de las epidemias de más rápida expansión de nuestro tiempo. Lejos del consejo hipocrático Primus non nocere, “Los medicamentos son la tercera causa de muerte tras el infarto y el cáncer, según estudios hechos en EEUU. Cada año mueren cien mil personas por errores de medicación, y cien mil por efectos adversos.” David Teira ha llamado a este proceso que se da con el sistema técnico farmacéutico de “tráfico de enfermedades”, que en un sentido amplio significa “Una supuesta estrategia comercial de la industria farmacéutica para manipular la definición de una enfermedad y así promocionar las ventas de sus productos”.
Goldacre no tiene ningún interés en derrocar las empresas farmacéuticas; más bien, lo que persigue es que se comporten de una forma moral. Esto es como desear un capitalismo verde. ¿Salvamos el planeta o el capital? De hecho, creo que no es casualidad que Goldacre no haya escrito ni una sola vez la palabra “capitalismo” en Mala Farma. Una vez condenada la avaricia de los que se envuelven con la industria farmacéutica, se pretende que regulando los ensayos clínicos, no solo los pacientes y médicos no sean perjudicados y engañados, respectivamente, sino que las empresas sigan ganando dinero vendiendo productos que sí son lo que dicen que son, y que si no curan, al menos no maten. Así, se podrán descartar los falsos remedios y hacer honor a la ciencia.
Ilich hablaba de desmedicalización, a donde no llega Goldacre. El gremio médico insiste sobre su propia idoneidad para curar a la misma medicina, lo cual, para Ilich, es una ilusión. “El poder profesional es el resultado de la delegación política de la autoridad autónoma a las ocupaciones de la salud…. Dicho poder no puede ser ahora revocado por aquellos que lo concedieron, solo puede deslegitimizarlo el acuerdo popular sobre su malignidad”. Sirva, al menos, Mala Farma para informar tal acuerdo. Si se desea cambiar o mejorar este estado de cosas, o sea, detener la actual epidemia iatrogénica, es el lego, y no el médico, quien tiene la perspectiva potencial y el poder efectivo de hacerlo. Goldacre prefiere hacerlo desde dentro, a pesar de que clama constantemente que, al final, todo sigue igual.