terça-feira, julho 19, 2016

Pajas y porros

A veces, siento la necesidad de dejar escritas las palabras más decadentes e inmorales que jamás se hayan escrito. El ejercicio de humildad estaría basado en la simple descripción tanto de pensamientos como de actos impuros. Debiera resultar atroz, tal intento de, una vez desnudado al ser humano, hacerles públicas las miserias, mostrar abiertamente las barbaridades acontecidas en el recorrido de una vida.
Lejos del talante estoico, de nuevo con humildad, rendido ante el cinismo que supone querer vivir despojado de las pasiones, el ser en cuestión aparenta ser un ciudadano normal, uno más, que no pasará a la posteridad de la historia a menos que sea para engrosar los anales estadísticos sobre la muerte, sea la de infarto, la de cáncer, la de tráfico, la natural… Pero las palabras escritas, las que no se las lleva el viento, dejarán constancia del suicidio premeditado, cuidadosamente rutinario. Hace tiempo que observa cada calada como un último suspiro de vida, como la aspiración de aire que algún día faltará porque ha sido restada, exhalación tras exhalación, del orden de la naturaleza.
Así mismo, fuera del orden de la naturaleza, el vicio personificado resta fuerza a la identidad entre su esencia y existencia con cada masturbación que depende de internet. “El orden y conexión de las ideas es lo mismo que el orden y conexión de las cosas”, escribió Spinoza (E, PII, prop. 7), y toda la decadencia moral y ética del inicio del siglo XXI está tan desorbitada que la santidad en medio del mundo es realmente un negocio de santos. La decadencia moral es la del ser, o la de su olvido como le gustaría decir a Heidegger. Por cada paja que se hace, la prostitución brutal crece en el planeta Tierra. En efecto, la Tierra es violada a cada instante por este ser hecho de su naturaleza, pero que no se atiene a sus leyes. O acaso no es una ley de la naturaleza aquella de la supervivencia, la de perseverar en un su ser. Y cada paja y cada porro, por ejemplo, contradice injustificadamente tal presunta ley natural de la supervivencia. Eso, o al menos que se piense, que nuestra razón y nuestras pasiones no son obras de la naturaleza.
Pajas y porros son ejemplos de la relación entre el cuerpo y la mente. Cuerpo y mente forman un sistema único, que puede ser considerado bajo el atributo de pensamiento o bajo el atributo de extensión. Spinoza afirmará que a cada cosa extensa corresponde una idea; sin embargo, aunque la palabra ‘corresponde’ sugiera que hay dos órdenes, hay solamente un orden. La conexión entre el deseo, el pensamiento que acaba en masturbación, y la debacle que tal acción produce en la idea, convierte al ser humano en un cínico derrotado que se suicida a diario, y espera a la muerte anticipándose a ella, o al menos intentándolo. Y eso, de nuevo, no parece natural. Eso, o al menos que se piense que nuestra razón y nuestras pasiones, aún suicidas, sí son obras de la naturaleza. ¿?

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