quinta-feira, fevereiro 23, 2012

Quando, da janela do meu quarto, olho para fora, vejo o mundo fugir aos meus olhos.
É tanta coisa para um ser tão pequeno quanto eu!
Quando penso na minha vida e avisto o risco da morte, percebo que não posso deixar de viver um só segundo para conseguir aproveitar a grandeza do mundo.
Esto me lo entregó en un papelito una estatua viviente, hace tiempo, en el centro de São Paulo. En concreto, en las afueras del Centro Cultural Banco de Brasil, en la rua da Quitanda. Quitanda, en Brasil y Angola, es un pequeño estabelecimiento comercial, una tienda, en una lengua que ha sido del pueblo, la frutería o verdulería. Con ello, contiene la acepción de local donde se hacen negocios, mercado, plaza. Allí, en la rua da Quitanda, se encontraba la estatua, quieta; bella. El ajetreo cotidiano del centro no parecía perturbar la existencia de esa estatua. No da para recordar qué estaba haciendo ese día en concreto, pero casi seguro que me encontraba solo; es muy probable que, aquel día, como mínimo anterior a Febrero de 2012, algo estaría haciendo en el mismo CCBB. También, en esa época es probable que diera algunas clases de español en el edifico del Santander que hay justamente donde desemboca la rua Quitanda, en la rua Quinze de Novembro. El CCBB se halla en esa última cuadra, y suele albergar exposiciones, además del cine. Tal vez había quedado con alguien allí, para ver una peli. Tal vez... Comprar cigarros Winstons, enfrente al CCBB despúés de una clase en el Santander. Tal vez, recoger una entrada o pedir una información después de la clase del Santander. Tal vez, me fumaba un porrito en uno de los bancos que la rua Quitanda proveía en esa manzana. Allí, he fumado mucho, no me extraña que hasta porros, en medio del bullicio. No recuerdo si, de hecho, yo estaba sentado en uno de esos bancos, fumando, porritos o cigarros, más bien lo segundo, pues los primeros me los fumaba más tranquilamente en el Valle de Annhangabau. Pero, he fumado descaradamente en muchos lugares públicos, así que no me extraña que ya me haya fumado algún porro allí mismo. No importa un pimiento lo que estaba haciendo aquel día, al final de cuentas, estas líneas no son más que un ejercicio de memoria. Solo que, indeseablemente, un ejercicio de memoria que solo aporta dudas a los hechos intrascendentes, pues aquí lo importante no es lo que yo, maldita sea, estuviera haciendo, sino que ese día fui agraciado con la presencia de la estatua viviente en la rua da Quitanda, y tuve una experiencia estética que me dejó mella. Es tan injusta la memoria, que no puedo describir cómo era la estatua viviente. Posiblemente estuviera pintada de hierro. Lo que sí recuerdo claramente es que le di una moneda, porque me gustó y me llamó mucho la atención. Fue entonces cuando la estatua mostró que estaba viva, hizo un movimiento sincronizado, y con una sonrisa me entregó un papelito, con los versos arriba citados.

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